Con la mirada de pronto concentrada en algo que está fuera de lugar, Mirta recorre el pasillo desde el fondo de la casa hasta la despensa. Trae un puñado de billetes entre las manos y cuando ve los paquetes de galletitas caídos al costado del estante, piensa que mejor termina de pagar al proveedor y después vuelve a acomodar todo. Detrás del mostrador, la espera este hombre que trabaja para una distribuidora de lácteos y que ya ha venido otras veces. Mirta cuenta los billetes y le paga.
—Son veintiocho mil. —Le dice el hombre.
Mirta lo mira fijo a los ojos y los dos se quedan así un segundo, sosteniéndose la mirada. Hasta que Mirta reacciona.
—Claro, le pagué doce y acá les traigo los dieciséis que faltan.
—No me pagó.
—¿Cómo que no? Te acabo de dar doce mil pesos. Te los dí acá, los saqué de la caja y te los dí.
—No, señora, disculpemé, pero no me dio nada.