Con la mirada de pronto concentrada en algo que está fuera de lugar, Mirta recorre el pasillo desde el fondo de la casa hasta la despensa. Trae un puñado de billetes entre las manos y cuando ve los paquetes de galletitas caídos al costado del estante, piensa que mejor termina de pagar al proveedor y después vuelve a acomodar todo. Detrás del mostrador, la espera este hombre que trabaja para una distribuidora de lácteos y que ya ha venido otras veces. Mirta cuenta los billetes y le paga.
—Son veintiocho mil. —Le dice el hombre.
Mirta lo mira fijo a los ojos y los dos se quedan así un segundo, sosteniéndose la mirada. Hasta que Mirta reacciona.
—Claro, le pagué doce y acá les traigo los dieciséis que faltan.
—No me pagó.
—¿Cómo que no? Te acabo de dar doce mil pesos. Te los dí acá, los saqué de la caja y te los dí.
—No, señora, disculpemé, pero no me dio nada.
Otra vez el silencio. Mirta sonríe, piensa: este me quiere cagar. Pero el hombre no se ríe, ni duda, ni muestra nada en la expresión que le dé a Mirta la posibilidad de rebatir lo que el hombre le dice. Mirta vuelve a tomar los billetes que quedaron sobre la mesa y los cuenta: mil, dos mil… Mientras tanto piensa ¿qué está pasando? y el hombre empieza a hablarle.
—Yo entré, le di la lista de los productos, revisamos la cuenta y usted me dijo que iba a buscar la plata atrás y yo me quedé acá esperando.
Entonces Mirta se confunde y cuenta mal.
—¿Ve? —Le dice el hombre.
Mirta achica la mirada para ajustar la imagen de ese hombre que de pronto está ahí parado haciéndola dudar de sí misma.
—No señor. Yo le pagué.
—¿Está insinuando que la quiero estafar?
—No, es usted el que está diciendo.
—¿Tiene cámara en el negocio?
La cámara, piensa.
—Sí, allá.
Ella señala y él mira hacia la esquina arriba de la puertita lateral que da al patio. Pero Mirta no sabe cómo se hace para ver la imagen. Entonces llama por teléfono a su sobrina que a veces la ayuda y que por suerte no vive lejos y le dice que por favor vaya a la despensa y ponga la imagen de la cámara porque hay un señor que no me lo vas a creer, me está diciendo que no le pagué y yo estoy segura que le di doce mil pesos, Luciana, ¿te das cuenta? es mucha plata, mirá que le voy a dar doce mil pesos y me va a decir que no se los dí, me está cagando Luciana, no, no, no cómo me voy a confundir, no, una cosa es estar distraída y otra pensar que le pagué y no le pagué, está bien, venite, venite, te espero.
Mirta vuelve a la despensa y se queda de pie frente al hombre que observa distraídamente los paquetes de galletitas, como si estuviera eligiendo, como si no hubiera tensión.
—No me puede decir que no le pagué cuando yo me acuerdo clarito.
—Por ahí le pareció, señora. Paga tantas cosas.
—Sí, pero cómo puede ser…
Luciana entra y dice buen día mirando de arriba abajo al proveedor. No lo conoce. Sin que nadie diga nada baja la memoria de la cámara y la pone en la computadora. El proveedor se mete atrás del mostrador y de pie, junto a Mirta, miran atentamente la pantalla. En la imagen se ve entrar al hombre a la despensa, cuando saca la lista de productos y con Mirta controlan los números y las cantidades y cuando Mirta va hacia la caja, saca un montón de billetes y se los da al hombre uno a uno sobre el mostrador.
—Mil, dos mil, tres mil…
Mirta cuenta otra vez: doce mil.
—Ahí está tía. Le pagó.
Luciana le dice esto mirando fijo la cara del hombre que no se asombra, ni se disculpa.
—Está bien. Me habré confundido yo.
Sale de atrás del mostrador, toma los billetes que faltaban, y saluda atentamente.
—Disculpe señora. Hasta luego.
Y sale. Y la campanita de la puerta queda sonando en el silencio como si sonara por primera vez. Luciana se acerca a Mirta y le toca afectuosamente la espalda. Mirta se tapa la cara con las manos y apoyándose en el mostrador y un poco riéndose, dice:
—Gracias a Dios.
*texto:Caro Di Nardo
*foto:Anabela Abram
La tensión aumenta a medida que se avanza con la lectura, te identificás enseguida con Mirta. ¡Muy bueno!
ResponderEliminarGracias, Martín!! Abrazo
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