domingo, 26 de noviembre de 2023

Al cielo con tormentas, viaje


Ayer fue 25 de noviembre. Caminamos el asfalto y las veredas de Santa Rosa. La plaza comenzó a poblarse, primero tímidamente y luego con un movimiento constante marcado por el ritmo del color negro. Remeras, pantalones, polleras, vestidos, shorts negros en cada cuerpo.  Algunas personas con vinchas rosas en las cabezas.
El verde flameaba en banderas, pañuelos y mochilas. El  brillo en las caras y los cuerpos escritos con fibrones eran una hermosura: “nos tenemos entre nosotras”; “hartas”; “me cuidan mis amigas”.  
El calor brotaba debajo de las baldosas y los abrazos fueron un pegote cuerpo a cuerpo. Mates, charlas y alegría también. ¡Cuánto hace que no te veo! ¡tenemos que juntarnos!, frases repetidas al ritmo de rondas, marchas y manos unidas rodeando el monumento a San Martín.   Abajo, nuestros pies cansados, con calor.
Una chica cantó y en el medio de la canción se puso a llorar. El coro de la plaza le hizo el aguante y ella lloraba más, pero se repuso y siguió con más fuerza. Algunas mujeres tomaron el micrófono y leyeron, otras hablaban sin papel. 
En el pasto, cruces blancas con nombres de mujeres muertas le daban a la escena, entre triste y alegre, un gesto de terror. Unas personas muy jóvenes posaban con carteles para las fotos y charlaban entre ellas, y era un contraste hermoso. Otras se maquillaban de violeta y verde, y se sujetaban cintas multicolores en los brazos y el pelo.
Al son de un aullido colectivo, gritamos ¡nunca más! ¡aborto libre! y ¡ni una muerta más! Las mujeres más grandes desplegaron su bandera verde y comenzaron a caminar, como tantas veces.  
A la noche llovió y hubo vientos huracanados. Santa Rosa es apacible, a veces demasiado.  Otras veces se enciende con lluvias intensas y zondas que advierten cuidar todo lo que puede ser arrancado, como pinos, eucapliptus o simples plantas cuyas raíces aún están muy débiles. 
Algunos árboles fueron derribados, y hubo techos arrancados de cuajo en algunos barrios. Curiosamente, las flores y los tupidos y pequeños verdes de algunas zonas permanecieron intactos.


*Texto y video: Anabela Abram

Jardín


Salí al patio y había sol. Caminé hasta el limonero mirando el pasto crecido debajo de mis pies. El limonero estaba enfermo, tenía las hojas dobladas y débiles con manchas oscuras en la parte interior. Lo había descuidado. Hacía varios días que tenía pendiente limpiarlo, curarlo. Le preparé agua con jabón natural y rocié las hojas una a una, las iba mojando con el agua blanca, sacando las hojas oscurecidas, tratando de no lastimar los brotes, cuidando los limones verdes e intensos. Me pregunté por qué no había flores. Era todo verde. Pensé en el tiempo del jardín, en esta idea que trae Han Byung-Chul en su texto Loa a la tierra. Adorar la tierra, darnos el tiempo del jardín. Hoja por hoja, trabajar entre las ramas, sentir las hojas tocándome la cara. Después me alejé un poco. Me gusta mirar al limonero. Quedarme de pie frente a él y mirarlo. Cuando terminé de guardar todo -el rociador, el jabón, la escalera- me sentí un poco mejor. Sentí el aire de la tarde que terminaba.


*texto: Caro Di Nardo

*foto: Anabela Abram


domingo, 19 de noviembre de 2023

Me ocupo del mundo

 

“Estoy cansada. Mi cansancio viene de que soy una persona extremamente ocupada, me ocupo del mundo. Todos los días observo desde la terraza el trozo de playa con mar y veo la espesa espuma más blanca y que durante la noche las aguas han avanzado inquietas. Veo esto por la marca que las olas dejan en la arena. Observo los almendros de la calle donde vivo. Antes de dormir me ocupo del mundo y observo si el cielo de la noche está estrellado y azul marino porque algunas noches en vez de negro el cielo parece azul marino, un color que he pintado en un vitral. Me gustan las intensidades. Me ocupo del niño que tiene nueve años y que está cubierto de harapos y delgadísimo. Tendrá tuberculosis, si es que no la tiene ya. Y en Jardín Botánico me quedo agotada. Tengo que ocuparme de la mirada de millares de plantas y árboles y sobre todo de la victoria regia. Ella está allí y yo la miro”.

“Me preguntarás por qué me ocupo del mundo. Es que nací con ese encargo”. 

Clarice Lispector - Agua Viva (1973)

*foto: Anabela Abram


domingo, 12 de noviembre de 2023

domingo, 5 de noviembre de 2023

Hay una fiesta en alguna parte


Avanzo con el chango entre las góndolas. Ya compré casi todo y ahora miro la lista, que es de las cosas que no me tengo que olvidar de comprar porque las otras las voy encontrando a medida que recorro los pasillos. El recorrido que hago siempre es el mismo y es mi lista particular. 
En la que guardo en el celular y que leo debajo del chorro caliente del aire acondicionado, está el dulce de leche, así que vuelvo sobre mis pasos. Llego a la góndola donde debería estar pero no lo encuentro. Cargo otras cosas. La medida de la compra depende de qué hay, de las ofertas, de la necesidad y del presupuesto. La cola para la caja ocupa todo el pasillo y busco otra más allá. Me quedo frente a los detergentes y desodorantes y desengrasantes y calculo los precios, tratando de ver cuál es el más conveniente, luchando contra la música a todo volumen debajo del parlantito que me mira y lo miro.

Insomnio


Son las nueve de la noche y mi celular se pone en modo “bienestar digital”.  Esa función viene incorporada al equipo,  de fábrica. “Bienestar digital” son estímulos para recordarte que es hora de dormir.  
Pongo las lentejas en remojo. Noto que la fuente de aluminio está rota.
Apago todas las luces y solo dejo la lámpara de sal en el comedor, mientras cocino. Mi celular, con su programa de “bienestar digital” vuelve todo lo que aparece en pantalla en versión blanco y negro.  La frase” bienestar digital” me irrita.  Mi amiga Paz me ha mandado un pequeño manifiesto y mientras preparo una salsa, me dispongo a leerlo.  
Mientras leo y espero el guiso llegan avisos  a mi celular sobre la importancia de la hora de descanso. Lo genial de ese autoengaño es repetirlo en voz alta, y sin embargo, confiar. 
La salsa burbujea. Cuelo las lentejas.  Prosigo con el “Manifiesto ferviente” que me mandó Pacita, así le digo yo.  Qué nombre. Paz. Al manifiesto lo escribió  Mercedes Villalba, y me gusta lo que dice sobre nuestro tiempo y la convulsión y los pequeños y dispersos refugios.