domingo, 5 de noviembre de 2023

Hay una fiesta en alguna parte


Avanzo con el chango entre las góndolas. Ya compré casi todo y ahora miro la lista, que es de las cosas que no me tengo que olvidar de comprar porque las otras las voy encontrando a medida que recorro los pasillos. El recorrido que hago siempre es el mismo y es mi lista particular. 
En la que guardo en el celular y que leo debajo del chorro caliente del aire acondicionado, está el dulce de leche, así que vuelvo sobre mis pasos. Llego a la góndola donde debería estar pero no lo encuentro. Cargo otras cosas. La medida de la compra depende de qué hay, de las ofertas, de la necesidad y del presupuesto. La cola para la caja ocupa todo el pasillo y busco otra más allá. Me quedo frente a los detergentes y desodorantes y desengrasantes y calculo los precios, tratando de ver cuál es el más conveniente, luchando contra la música a todo volumen debajo del parlantito que me mira y lo miro. 
Voy a los lácteos, las verduras. Hay olor a podrido y pienso que les tendría que avisar en la caja, pero después me olvido. Llevo queso de rallar que está de oferta y se vence recién en diciembre. Compro 3. La lista: dentífrico.
Hago la cola y escucho la conversación de la señora que está adelante mío y habla por el celular. Una mitad de conversación que me olvido enseguida, pensando si habrá esta vez harina integral leudante. No hay y dudo de si alguna vez la compré o me pareció. Miro los precios de lo que tengo alrededor mientras avanzo lentamente hacia la caja. Me surge comprar otras cosas pero no lo hago. El chango lleno. Se me fue la mano. Todo lo necesitaba. Algunas cosas no. Pienso qué cosas dejaría en la caja si no me alcanza la plata. Reviso el saldo de mi cuenta en el celular. Me tendría que alcanzar. Pero quién sabe.
Paso las cosas, el cajero tose, pasa las cosas, me cobra, me alcanza.
Otra vez el calor. Abro las ventanillas del auto y pongo música. Pongo una playlist que alguna vez me hizo escribir y me hizo feliz. Nina Simone: Ain't Got No, I Got Life. La música me da otro ritmo, otra sensación del viento en la cara. Una felicidad vieja, recuperada en un segundo. Escucho las bolsas de la compra chocar adentro del baúl cuando subo a la circunvalación. El viento en la cara. 
Llego a casa, estaciono, apago el motor del auto, silencio, abro la puerta, el ruido de la calle, las bolsas. Otra vez el calor.
Como siempre, bajo las bolsas, las meto en la casa, las dejo en la mesada. Me pongo el delantal y los guantes de goma. El gesto que me quedó de la pandemia: limpiar todo antes de guardarlo en las alacenas o la heladera. Miro el reloj. Se va la tarde. Limpio todo. Todo.
Me saco los guantes. El calor en las manos. Las manos que no pueden respirar me agotan. Tomo un mate frío que quedó de hoy. Miro la puerta que da al patio, la luz de la tarde y me pregunto por qué otra vez tengo la sensación de que hay una fiesta en alguna parte y me la estoy perdiendo.

*texto: Caro Di Nardo
**foto: Anabela Abram

3 comentarios:

  1. Muy bueno profe!!!! Me encantó cuando se miraron con el parlante, me imagino una mirada desafiante de ambos. Me genera tensión los múltiples estímulos q se presentan, olor, valor , ruidos. Y el aire fresco q siempre viene a rescatarnos. Estaba esperando el pescado derramado en el baúl jajaja será por la foto. El final genial, aunq era el título no me lo esperaba. Saludos genia.

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  2. Muy bueno! un texto agobiador por el exceso de cosa cotidiana, repetitiva, que sofoca un poco.. Y el final, luego del mate frio, espectacular!

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