domingo, 25 de febrero de 2024

Querer nada

 


El calor del verano aturde. La ropa pegada sobre su cuerpo es como una humedad asquerosa y caliente y el pelo un rodete gomoso e ingobernable, que se arma y de desarma a cada rato.

En el mismísimo instante en que el chino le vende una cerveza, una parva de mosquitos la rodea hasta el punto de escuchar los zumbidos retumbándole en la cabeza.

El chasquido de las palmas sobre las piernas desparrama la sangre y el bicho aplastado en la piel le da un verdadero asco.

El frio de la cerveza es un bálsamo. El fresco se siente asentado y potente. El amargo en la boca burbujea y siente el frio pasar por la garganta. Es un placer muy elevado y recapacita: "no debo no querer nada".

Siente que no debe, pero quiere. Quiere la nada. Sabe que partir de la nada puede arriesgar un abismo y se mira el pie desnudo.

La noche se va volviendo apacible a medida que va terminando la lata de cerveza, y las luces de la calle son apenas unas hendijas de luz en la inmensa oscuridad.

Gisela quiere nada, y como en una sala de cine, fantasea con un mundo colorido. Polvillos de colores caen del cielo, espiralados azules que se tornan amarillos y que, apenas caen al suelo, se transforman en verdes vibrantes con lunares rojos, fucsias y naranjas.

En ese mareo se entrecierran los ojos y la dulce noche es la nada.  Los mosquitos no se sienten y el calor tampoco.  Brotan palabras que escribe muy rápido, y se duerme.

La lata se ha terminado y se le cae de la mano. Gisela sabe que al otro día, tiene que enfrentar todo, pero por un rato, retuvo la nada.


Texto y foto: Anabela Abram


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