Flores que se agachan a tomar la noche, después se levantan y empujan el aire, estiran sus cuellos si no mira nadie, empujan el aire y fabrican su sangre. Un relámpago en miniatura. Su raíz atmosférica hecha orquesta. La espesura quema y el reloj con cuerda.
Qué angustia, qué desesperanza esa noche que el fin del mundo se anunciaba con una tormenta estrepitosa. La vegetación gigante cubría la tierra y al fraccionarse el suelo, infinitas grietas se abrían en la espesura cortando a la mitad animales y pastos. El pie desprendió una piedra rosada que terminó en el fondo del precipicio. Un árbol cayó del otro lado. Cruzamos agarrándonos de las ramas. Pero del otro lado es lo mismo, y ya es de noche muy pronto. Sin que hayamos visto ni oído nada que la anunciara se instaló la nocturna y un paisaje peculiar se destiñe con la aurora.
Dejá que entre un poco la arena y el viento que la trae. No nos van a hacer tanto daño. Mientras ella preparaba la cena, seguía amenazando la tormenta. Esa belleza masculina que perdura y enaltece. Esa quiero para mí, ese gesto.
Rosario Bléfari, Poemas en prosa.
Fotos y video: Anabela Abram
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