domingo, 28 de enero de 2024

El viento helado de la última foto


Estábamos en el cumpleaños y trataba de ser trivial y alegre. Nos sentamos una al lado de la otra. Había unas masas finas riquísimas y otras tortas, y el comedor sucumbía al estruendo de carcajadas y palabrerías cruzadas entre todas nosotras, entre una y otra punta de la mesa.

Te tomé el brazo y te empecé a acariciar, mientras vos contabas que estabas cansada, que querías el alta, que sería pronto. Sentí miedo por ese viaje. Aún no lo creía. Estabas radiante, brillaba esa mirada tan tuya, brillaba tanto que hablaba. Estabas ágil y hermosa y sentí culpa. 

Relajaste el brazo y te quedaste así, la mitad de la tarde.  Aun siento tu piel tan suave y tu fuerza de leona que hablaba sobre el combate en el cuerpo.  

¡Vamos, a las fotos!, gritó la cumpleañera. Te solté el brazo y charlamos todas juntas de cosas cotidianas y del color de las sillas, y también de la comida y los colores de la ropa, y los celulares y las terapias.

Venía la foto con Julita y Facu, y después, por orden de aparición en la mesa, seguía yo. Te dije que no con la mirada, que no quería sacarme una foto y vos lo entendiste en un instante. 

Y no nos sacamos la foto juntas.  La cámara siguió hacia el otro lado.  Me senté y me extrañé por el impulso de haber pensado “no quiero la última foto”.  Siento tu piel todavía y cómo aflojaste el brazo, esa sensación física que te hacia bien y quizá eso es la intimidad de una despedida.

Cuando te fuiste, ese sábado ventoso y frio, hicimos lo que pediste: un ritual de fuego, vino, quesos y chorizos secos.  En el fuego quemamos nuestros versos y nos fundimos en un silencio.  

Antes, en la tarde, me inventé un ritual en casa: cantamos “Viento Helado” con Agus y copié la canción en la libretita que me regalaste. Arranqué cada hoja con esos versos y los puse en un frasco muy chiquito con caracoles y piedritas violetas. Prendimos una vela, y cantamos una y otra vez la canción, hasta que fuimos a despedirte.

Ahora te veo en esa canción,  que se me cruza por todos lados.  Me importan esos versos que me traen la ternura de tu piel suave de esa tarde, y no me los quiero olvidar:

“Algún día de estos, a través del cielo 

cada minuto como nos acerca. 

Viento helado, voy al viento. 

Los eucaliptos de la calle principal 

se agitan por lo mismo que nos asustamos. 

Estar en serio dentro de un amanecer

constantemente de su modo asombrados. 

A veces creo que es preciso conocer

lo que se pierde en una tarde 

lo que se gana de una vez

lo que se gana de una vez”.


Texto e imagen: Anabela Abram

6 comentarios:

  1. Tu superpoder de transformar la tristeza en belleza y amor es tan maravilloso como lo debe haber sido Meri. Ye abrazo inmensamente

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  2. Que belleza..gracias x compartir. coincido con la certeza de conocer lo que se pierde y lo que se gana..

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