domingo, 7 de enero de 2024

Pasionaria

  

El rojo intenso del agua en la que hierve el fruto del mburucuyá tiene algo de tintóreo. Revuelve suavemente con la cuchara y siente la tentación de tirar en la ollita un pedazo de tela. Últimamente todo le parece tintura, todo puede ser teñido, pintado. El rojo es fuerte, oscuro por momentos. Hay que hervir la pulpa y las semillas para después colar y que quede solo la pulpa. Observa el contenido de la ollita hervir y tiene dudas: nunca preparó mermelada. El olor que despide no le anima demasiado. Es un olor desagradable y piensa que sería una lástima tener que tirarla. Con lo lindos que quedaban los frutitos en la planta. Los cosechó del fondo del patio en esa casa vieja que habita desde hace un tiempo y en donde va descubriendo gestos de abuela, objetos, marcas, flores, pájaros. 

En el fondo del patio hay un laurel y sobre el laurel como una invasora implacable la pasionaria. Esta mañana cuando la observaba desde la puerta de la cocina, el verde intenso y los frutos naranjas y las mariposas también naranjas, pensó: qué maravilla el contraste de colores. Pensó: podría hacer algo. Y buscó en Internet la receta: mermelada de mburucuyá. Hay que escribirlo bien para que no se confunda con otras variedades de frutos más oscuros y redondos. Nombre guaraní.

Con cuidado de no quemarse las manos, vuelca la olla sobre el colador y con la cuchara remueve un poco la masa roja de semillas. Las pone en un plato y le saca una foto con el celular. Por lo menos le queda esa imagen y ya es algo. Un color.

Cuando se metió a media mañana debajo de la planta a cosechar los frutitos sintió que todo estaba vivo, las mariposas, las orugas, los cascarudos, los zarcillos. Los abejorros volaban entre las flores con forma de corona de Cristo, de ahí el nombre occidental: la Pasión.

Cortó con cuidado los frutos, sólo los que estaban bien maduros, no quiso dejar a la planta sin el naranja. Puso los frutos en una bolsa de lona y cuando había terminado vio que adentro había también una araña con el cuerpo enorme y redondo y gris y las patas finas que querían ir hacia adelante. La mató. Sin pensar, la aplastó contra la bolsa que quedó con una mancha marrón desagradable. Después siempre se arrepiente. Sobre todo desde que vive en esa casa que pareciera tener otras reglas, otras formas de ser habitada, que no termina de aprender. 

Otra vez con la olla en el fuego, revuelve el jugo rojo que se va espesando con el azúcar. Parece sangre y huele a tomate, piensa. Siempre hay tiempo de tirarlo a la basura pero le gustaría poder conectar mejor. Y mira por la ventana de la cocina, con las persianas de madera vieja y despintada y el tapial a la cal de la casa de al lado y el cielo celeste arriba. No tiene la imagen de una abuela haciendo comidas con los frutos de la huerta. Hay algo de orfandad en ese pensamiento. 

La tarde avanza. Revuelve la mermelada. Ya es mermelada de mburucuyá. Un poco espesa, oscura. Todavía huele un poco mal. Quizá mejore cuando se enfríe. Observa, revuelve, el rojo, la textura, respira. 

Tiene fé.


Texto y fotos: Caro Di Nardo


4 comentarios: