El verde flameaba en banderas, pañuelos y mochilas. El brillo en las caras y los cuerpos escritos con fibrones eran una hermosura: “nos tenemos entre nosotras”; “hartas”; “me cuidan mis amigas”.
El calor brotaba debajo de las baldosas y los abrazos fueron un pegote cuerpo a cuerpo. Mates, charlas y alegría también. ¡Cuánto hace que no te veo! ¡tenemos que juntarnos!, frases repetidas al ritmo de rondas, marchas y manos unidas rodeando el monumento a San Martín. Abajo, nuestros pies cansados, con calor.
Una chica cantó y en el medio de la canción se puso a llorar. El coro de la plaza le hizo el aguante y ella lloraba más, pero se repuso y siguió con más fuerza. Algunas mujeres tomaron el micrófono y leyeron, otras hablaban sin papel.
En el pasto, cruces blancas con nombres de mujeres muertas le daban a la escena, entre triste y alegre, un gesto de terror. Unas personas muy jóvenes posaban con carteles para las fotos y charlaban entre ellas, y era un contraste hermoso. Otras se maquillaban de violeta y verde, y se sujetaban cintas multicolores en los brazos y el pelo.
Al son de un aullido colectivo, gritamos ¡nunca más! ¡aborto libre! y ¡ni una muerta más! Las mujeres más grandes desplegaron su bandera verde y comenzaron a caminar, como tantas veces.
A la noche llovió y hubo vientos huracanados. Santa Rosa es apacible, a veces demasiado. Otras veces se enciende con lluvias intensas y zondas que advierten cuidar todo lo que puede ser arrancado, como pinos, eucapliptus o simples plantas cuyas raíces aún están muy débiles.
Algunos árboles fueron derribados, y hubo techos arrancados de cuajo en algunos barrios. Curiosamente, las flores y los tupidos y pequeños verdes de algunas zonas permanecieron intactos.
*Texto y video: Anabela Abram